Uncategorized

Dos años ya

El susurro del mar

Hay noches en las que olvido que tengo algo que antes no tenía.

Si yo cierro los ojos puedo escucharlo. Por las noches, al dormir, si hago silencio, si me quedo calladita aparecerá como si de un acto de magia se tratara.

Hablo del mar.

El Atlántico que se ve desde mi ventana. Ese frío océano al que mi cuerpo caribeño no se atreve a entrar.

Lo escucho cada noche, algunas le da por rugir acompañado de la lluvia estridente y un viento silbón, que me da tanto miedo como aquel espectro que aparecía por los llanos venezolanos.

Otras reposa plácidamente, imperturbable, meciéndome hasta conciliar el sueño como mi mamita de cabellos rizados lo hacía antes de irse al trabajo cuando yo era una niña.

Yo no sabía lo que era vivir con el mar tan cerca. Aquí el silencio es espuma y sal. Y yo que vengo del dulzor de la guayaba del patio de mi casa me dejé abrumar.

En casa, allá lejos, cuando era pequeñita y me iba a la cama lo único que alcanzaba a oír eran los grillos, o al menos eso creía yo que eran.

Por las noches grillos y por las mañanas pajaritos. Siempre así hasta que crecí y me mudé a una ciudad donde los sonidos al dormir son de temer.

Tanto temí y temí que más temprano que tarde migré.

En esa primera noche en tierras extranjeras me sorprendí al toparme con ese sonido omnipresente, banda sonora de mis pensamientos desde aquel día. Lo he interiorizado tanto que a veces lo silencio entre el ajetreado mundo que se discute en mi cabeza.

Pero una buena noche como la de hoy, en un merecido momento de silencio, lo escucho consolarme mientras recuerdo aquellos lindos grillitos que en casa me susurraban al oído «Buenas noches, pequeña».

FF

Enero 2021